Cuando
corre le salen cuatro rallitas en la espalda, igual que a los
personajes de cómic. Son cuatro rallitas independientes del cuerpo,
estableciéndose por norma la misma distancia entre cada rallita y el
lomo. Es el hazmerreír de todo Dios, el pobre. Ya de pequeño, en el colegio, cuando jugaba a futbol,
los niños le pasaban la pelota al espacio para que corriera y le salieran las cuatro rallitas en la espalda. A veces lo agarraban de las
rallitas entre tres o cuatro -porque, aunque son visiblemente
independientes del cuerpo, en realidad son apéndices sujetos por una
fuerza invisible- y le daban vueltas y vueltas hasta que se mareaba y echaba la pota. Han pasado los años y ahora es un adulto, pero las rallitas persisten, y en cuanto se pone a correr allí están, siguiendo su estela, eternamente. Aún es el hazmerreír de todo Dios, el pobre. Por eso, una
tarde cualquiera, al llegar a casa -cuando el resto de gente hace lo que se supone que hace la gente sin rallitas en la espalda- se arranca una rallita y se la clava en mitad del
pecho.
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