MANUFACTURA Y VENTA AL POR MENOR DE IDEAS

jueves, 12 de diciembre de 2013

nº109: EL LOCO DEL PÁRKING

Después de un buen rato buscando un espacio en el que estacionar –hay que ver lo que cuesta aparcar a veces a esas horas–, el hombre ha encontrado el lugar perfecto: zona gratis y al lado de la tienda de deportes dónde tiene que cambiar las zapatillas que su novia le regaló por su cumpleaños y que le van una talla pequeñas. Entra y hace todo. Sale de la tienda con las zapatillas dentro de una bolsa. Saca las llaves del bolsillo mientras se dirige hacia el coche. Se planta enfrente de la puerta del coche. Introduce las llaves y se dispone a girar el dispositivo de apertura cuando un coche se detiene justo enfrente de él. El conductor le hace señas. Puede leerle los labios –que los abra tanto, favorece la lectura–: “¿Te vas?”. El hombre se queda mirándolo, sin reaccionar, mientras se pregunta “¿Me voy?”. La verdad es que el lugar en el que ha aparcado es ideal: no es de ningún color, es una calle céntrica y, encima, está a dos manzanas de dónde vive su novia. Además, que ahora le vengan los demás conductores a pedirle el sitio –incluso le parece que medio suplican– hace que el sitio sea aún más especial. No cree que deba dejarlo ir ahora... ¡Con lo que le ha costado encontrarlo! “No, no. No me voy”, termina por decirle. Pasan 12 días. No se ha movido. Ha declinado todas las ofertas que ha recibido –incluso un conductor le propuso dinero a cambio de sacar el coche–. "Hijde putablrabl!!!!", le dijo. No duerme. Mira raro a todo aquel que se acerque. La moqueta está llena de manchurrones de kétchup del McDonalds. A veces se sube al techo y baila flexionando las rodillas arriba y abajo mientras tararea una melodía irregular (un ‘lala lal laalalalla’) y se ríe de todo el que pasa por su lado y grita "¡U-HÁ! ¡U-HÁ!". En la ciudad ya le conocen como ‘el loco del parking’. Las redes sociales lo han lanzado a la fama y en tan sólo 12 días se ha subido a lo más alto de la lista de locos célebres de la ciudad, por encima incluso de ‘Poropopó’ y ‘la-20-duros’. Pero él no está loco. Los locos son los otros perdiendo el tiempo buscando parking. ¡¡JAJA!! ¡¡No se va a mover nunca!!! Va a llamar a Securitas Direct para instalarse un sistema de videovigilancia. Va a levantar un alambrado alrededor del coche. También se comprará un perro: se llamará Rocco, y le dará palizas para que muerda. 

 

martes, 3 de diciembre de 2013

nº107: LA FOTO DE FAMILIA

Hay a quien le pueda parecer anormal que el quinceañero tenga colgada en la pared de su habitación, justo encima de la cabecera de la cama, una foto de familia. No es un elemento muy habitual en la habitación de un adolescente. Lo habitual es que esa pared esté cubierta de pósteres en los que aparece el ídolo futbolista celebrando un gol o ese grupo de música que consideras supremo y al que nunca vas a traicionar por mucho que vivas (valiente bocazas) o, a mucho estirar –mucho–, una entrañable camada de cachorritos de Yorkshire ataviada con lacitos color pastel que siempre estuvo allí y cuya presencia atribuyes a un intransigente conformismo estético por parte de tus progenitores. Pero lo cierto es que adornar tu habitación con una foto de familia, en estos tiempos, puede considerarse algo desfasado. Es una de esas cosas que estimulan la creatividad de los matones de clase y hace que la bolsa de apodos con los que humillarte se quede pequeña. Sin embargo, ahí está, colgada. Con un par de huevos. Porque ante todo están los huevos: la personalidad y la libertad de pensar y hacer lo que a uno le venga en gana sin importar que los demás te consideren poco menos que un infraser. Pero… ¿Cómo? ¡Ojo, un momento! El niño que aparece en la foto de familia no es él. Tampoco los señores que aparecen a su lado rodeándole con el brazo son sus padres. Ni siquiera el perro es el mismo (él tiene un bóxer, y sin embargo el de la foto es un pequinés). Además, él no tiene una hermana de pocos meses, y una criatura de pocos meses es lo que precisamente sostiene la extraña de la foto entre sus brazos. No hay nada en esa foto que corresponda al mundo que él vive. Ninguna de los elementos que la conforman es vinculable a su existencia. Y, sin embargo, está ahí, colgada en la pared de su habitación, justo encima de la cabecera de la cama. ¿Por qué? Pues porque esa familia no es la suya sino la de otro chico (el de la foto): ese chico de clase que saca las mejores notas, que es el mejor jugando a futbol, que es objeto de deseo de todas las niñas porque –dicen– es guapísimo, que ya le han salido los primeros pelillos en los huevos y que, incluso antes de que estuviera a la venta del público ordinario porque su padre va a las barbacoas privadas del delegado consejero de la empresa que las fabrica, ya tiene la Play 4. Esa es la familia que desea tener. Ese es el chico que desea ser. Esa es la vida que le implora a Dios cada noche, arrodillado frente a su cama, antes de irse a dormir. Últimamente piensa mucho en arrancarle la cara a ese chico, intercambiarla con la suya y confiar en que sus familias no se den cuenta nunca. De hecho, lo piensa tan a menudo que, finalmente, decide hacerlo. Usará cloroformo y un cúter. Será mañana, cuando el chico salga de sus clases de violín.