El niño ya está harto de reclamar la atención de su madre. Al principio era la cosa más fácil del mundo; con babear un poco o hacer monerías bastaba. Pero con el tiempo la madre había ido perdiendo ese fervor maternal, ese entregarse con cuerpo y alma al mínimo balbuceo de su retoño, y cantar y dar palmas, y si antes el niño era para ella su mayor prioridad ahora lo sitúa más o menos entre El Pronto y las cremas faciales de Aloe Vera. Antes con un "¡Mira mamá cómo salto!" o un "¡Mira mamá cómo bailo!" era suficiente para que su devoción de madre se activara y arrancara a reír y le jaleara y le acribillara a sonoros besos. Pero ya no. Por eso el niño, de un tiempo en adelante, ha empezado a tomar medidas radicales. Él no quería llegar a este punto (¿quién querría?), pero su puta madre le ha obligado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario