El
espectador se ha colocado en una de las gradas que hay detrás de los tenistas.
Tras un punto directo, la pelota le está a punto de impactar en la cara. Está
ya muy cerca, apenas un metro. Sin embargo, la mira como si nada. Va a 153km/h,
le dará seguro, en mitad de la puta cara. Pero no se deja amedrentar por la
perspectiva de un dolor agudo e inminente, y la observa con absoluta pasividad.
Como si no hubiera pelota. Como si la pelota fuera otra cosa, una cosa blanda y
agradable al tacto. Como si fuera una nube. Como si fuera una imagen proyectada
en 3D. Como si fuera una metáfora llena de buenas intenciones y lecciones de
las que no se olvidan. Pero no es nada de eso: es una pelota de tenis que se
precipita hacia él, y le va a reventar la nariz. Ya lo ha asumido. Solamente
está esperando que suceda. Ven, pelota, ven…
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